Museum hours. Dialogar con la mirada.























Los museos son lugares para el encuentro y en todo encuentro se suceden los estímulos. Cuando decidimos resguardarnos de las altas o bajas temperaturas en un espacio expositivo estamos aceptando un cambio de código. Nuestra mirada y nuestro pensamiento deben sufrir una adaptación ante el espacio. Forma y contenido condicionan nuestra visita trazando un itinerario visual en el que debemos estar abiertos a lo desconocido. Si somos el tipo de personas que sienten un placer sólido y reconocible ante un cuadro de Caravaggio, una escultura de Bernini o una instalación de Louise Bourgeois, es que estamos habituados a ser público y por tanto espectador, tendemos a caminar y detenernos con un tempo que tiende a distanciarnos del entorno y aproximarnos a la obra de arte. 

Con los años he llegado a la conclusión de que me gusta acudir con otras personas al museo, pero una vez dentro tiendo a vagar a solas, no disfruto con el rol de acompañante silenciosa, ni me gusta seguirle el ritmo a otra persona o asentir ante una opinión con la que no conmulgo y argumentar mi desacuerdo me obliga a racionalizar con desventaja. Tengo las de perder porque cuando alguien realiza el tipo de inmersión que yo practico, todo se centra en la percepción y en la recepción del color, las formas, la iluminación, el trazo y la textura. ¿Cómo es posible enunciar un pensamiento acorde a toda esa belleza? Pasar de inmediato a una elaboración teórica me resulta frustrante. Nadie en su sano juicio debería relacionarse con otro en una exposición hasta haber concluido la visita . Ya en la siguiente vuelta, o desde un banco, es apasionante observar ese vasto territorio, fijándose en la gente que recorre la sala, o se detiene a escuchar furtivamente los comentarios de otros. Me gusta observar como determinadas personas caminan buscando nombres y asienten tras identificar la importancia del autor en las cartelas. Las obras de autores menos mediáticos siempre están más disponibles y uno puede disfrutar del tipo de complicidad que uno reserva para los viejos amigos.

En nuestras visitas a museos y galerías buscamos el juego de la identificación y del reconocimiento. Uno observa para encontrar una respuesta a una pregunta formulada años atrás mientras mirábamos fijamente un punto en el horizonte. Nuestras obsesiones y deseos encuentran su confluencia en la representación de un paisaje, un retrato, una proyección o una fotografía. Visitamos esos lugares con la esperanza de escuchar una voz que nos hable. Existe un ritual, casi una liturgia en la peregrinación del visitante. El arte funciona porque existe una creencia estética, que se nutre de la tradición y la experimentación del artista con los materiales. El lienzo consigue generar una inclusión empática: nos contiene. 

Si a esto le sumamos la posible interacción con las nuevas tecnologías dentro del espacio expositivo, os aseguro que la experiencia correctamente enfocada puede aumentar nuestro disfrute. Un ejemplo son las listas de reproducción que varios museos están creando en torno a sus exposiciones. Si unes el Prado, el Museo Romántico o el Thyssen con las posibilidades sonoras de Spotify te encuentras con una transformación del mensaje. El entorno sufre un cambio que quizá nos lleve a otros niveles, no mejores, pero si distintos a los proporcionados por el sonido ambiente. Otra opción es la de improvisar un segundo pase con nuestra propia biblioteca sonora y observar los efectos de la música en la recepción del trazo, el color, la forma y el paisaje.

Os aseguro que experimentar un cambio de perspectiva es necesaria para desprendernos de todo peso que lastra nuestra mirada. Sin prejuicios se genera una mayor intimidad, además de una sana y hermosa invitación al diálogo.

Playlist Museo del Prado:


Playlist Museo del Romanticismo: 



Playlist Museo Thyssen: 



Imágenes: 1. John William Goodward 2. Thomas Cooper Gotch 2. Alfons Mucha 4. Carl Larsson 5.James Jebusa Shannon  6. Emile Fried 7. Ramón Casas 8. Valentine Cameron

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