Almudena Sánchez. La acústica de los iglús.




Creo en la importancia del diálogo que se establece entre el lector y el libro, mi creencia  es tan profunda que simula el tipo de respeto que otros sienten al visitar un templo, unas ruinas romanas o al realizar una inmersión submarina en las cálidas aguas del mediterráneo. Ese diálogo me permite sentir una intimidad irrepetible. Amo de forma única cada libro que compro, acaricio la colcha con la que se arropan los personajes, velo su sueño y les acompaño a comprar maíz y melocotones.  A mi entender, los buenos narradores alcanzan al lector y lo atraviesan. Es una caza inversa, ellos  nos acechan fingiendo una quietud silenciosa, algunos libros llegan incluso a emanar un levísimo perfume que nos obliga a caer en su trampa. No nos engañemos, nuestro destino estaba fijado de antemano, por eso el lector con su ejemplar debajo del brazo se apresura a buscar un sitio apartado, necesita soledad para dejarse devorar por la literatura.


Todo libro cerrado es una boca dispuesta para el amor y La acústica de los iglús de Almudena Sánchez (Caballo de Troya, 2016), es un libro que explora con intensidad el sentimiento que crece a partir de la búsqueda. Cada historia indaga en una herida y dota  a las sombras que proyecta cada elemento narrativo de una atmósfera lumínica. Cada relato explora la acción y el paisaje a través de un lenguaje que seduce al lector desde el primer relato. Almudena Sánchez compone a través de las palabras una puerta de entrada a la vida de los otros, aquellos frente a los que uno logra al fin alcanzar el famoso principio del reconocimiento. Cada relato evidencia el peso y la levedad de su cadencia literaria, lo que confirma la existencia de un nexo antiguo entre sus palabras y la música. Su prosa está cargada del tipo de complicidad que nos reconcilia con esa línea imaginaria que a veces uno cree ver en lo extraordinario. Es imposible no frotarse los ojos ante el descubrimiento de una voz como la suya, capaz de entonar un grito primordial y  extrañamente hermoso, uno que sólo logran alcanzar los verdaderos contadores de historias. 


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